Madrid, 28 de febrero de 1947
Año I, número 1[página 6]
El romanticismo y la serpiente
Año I, número 1[página 6]
El romanticismo y la serpiente
El romanticismo propiamente dicho, en cambio, nacía condenado a durar poco, como una mariposa. Porque el hombre, abandonando la seguridad de lo infinito, de lo acabado y «perfecto», que es en él la razón, y lanzándose a la porción ilimitada de su ser, a volar por sí solo, no podía durar mucho. Algo notaba en sí de «infinito en potencia», que podemos llamar el sentimiento; y, a modo de Icaro, el romántico se lanzó a su llama. Al principio se lograron brillantes resultados, quizá menos debidos al mismo romanticismo que al previo atesoramiento paciente. («Para que el siglo XIX pudiera darse el gusto de echar los pies por alto, fue preciso que siglos y siglos anteriores almacenasen reservas ingentes de disciplina, de abnegación y de orden», dijo José Antonio, buen debelador del romanticismo.) O bien eran debidos a algún freno de discreción nativa: tal el «comnion sense», dando lugar a aquellos poetas del tipo de Keats, Wordsworth, &c.
No tardaron ni un siglo los primeros síntomas del hastío. El «spleen» baudeleriano, (soñando el «ordre» subrepticiamente), la utopía para andar por casa de los parnasianos, el prosaísmo, &c., anunciaron que el hombre se aburría de roer sus propios entresijos cordiales. Porque el infinito en el hombre es un recuerdo, un rayo amarrado, un sueno encarcelado. El hombre es hombre por su limitación; el ramalazo de ilimitación que le traspasa es el sello vivo de su procedencia divina. Tal es la tensión insoluble, la tragedia humana; tiene un grano de infinito, pero si destruye su finitud, se destruye a sí mismo, arde, estalla.
No tardaron ni un siglo los primeros síntomas del hastío. El «spleen» baudeleriano, (soñando el «ordre» subrepticiamente), la utopía para andar por casa de los parnasianos, el prosaísmo, &c., anunciaron que el hombre se aburría de roer sus propios entresijos cordiales. Porque el infinito en el hombre es un recuerdo, un rayo amarrado, un sueno encarcelado. El hombre es hombre por su limitación; el ramalazo de ilimitación que le traspasa es el sello vivo de su procedencia divina. Tal es la tensión insoluble, la tragedia humana; tiene un grano de infinito, pero si destruye su finitud, se destruye a sí mismo, arde, estalla.
José Mª Valverde.
Disponible en:http://www.filosofia.org/hem/194/alf/ez0106.htm