Cada uno debe, pues, concebirse a sí mismo como un ser necesario, es decir, como un ser cuya auténtica definición, cuya definición adecuada, por poco que pueda llegar a formularse ésta, debería acarrear ya la existencia. En este orden de pensamientos se encuentra realmente la única prueba inmanente, es decir, contenida en el ámbito de los datos de la experiencia, que pueda alegarse sobre la inmutabilidad de nuestro verdadero ser. La existencia, efectivamente, debe ser inherente a él, puesto que se muestra independiente de todos los posibles estados, traídos consigo por la cadena de las causas, porque esos estados ya han encontrado su realización y nuestra existencia ha permanecido con todo y con ello incólume a su choque, como un rayo de luz ante la tormenta que atraviesa. Si por sus propias fuerzas pudiera conducirnos el tiempo a un estado de bienaventuranza, ya lo habríamos alcanzado hace largo tiempo, porque detrás de nosotros se extiende un número infinito de siglos. Pero de igual modo si pudiera llevarnos a la destrucción, haría tiempo que no estaríamos aquí. Lo que ahora somos resulta, bien mirado, que debemos seguir siéndolo en todo tiempo, porque somos el propio ser que ha recogido el tiempo para colmar su propio vacío; por dicha causa ese ser llena la totalidad del tiempo, presente, pasado y futuro de igual modo, y por eso también nos es imposible caer fuera de la existencia y fuera del espacio. Mirando bien las cosas, es inconcebible que lo que una vez existe en toda la fuerza de la realidad deba un día quedar reducido a nada, y luego deje de ser durante un tiempo infinito. De aquí resulta para los cristianos la doctrina de la resurrección universal; para los hindúes, la de la creación del mundo por Brahma, renovada una y otra vez, sin contar todos los dogmas semejantes de los filósofos griegos. El gran misterio de nuestro ser y nuestro no-ser, cuya explicación ha suscitado estos dogmas y todos los otros parecidos, tiene como fundamento último el que la misma cosa que objetivamente constituye una serie de tiempo infinita, no es subjetivamente más que un punto, un presente indivisible y siempre existente; pero ¿quién puede entenderlo?
El mundo como voluntad y representación
p.237-241 de la selección de Michel Piclin,
Schopenhauer, EDAF, Madrid 1975
p.237-241 de la selección de Michel Piclin,
Schopenhauer, EDAF, Madrid 1975
Disponible en: http://www.nietzscheana.com.ar/textos_de_schopenhauer.htm
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